- CAPITULO III



Las fiestas de los humanos son de lo más ridículas. Los seres que no asistimos a esas reuniones, tengo que admitirlo, somos menos humanos menos perfectos, por supuesto. En cambio nada como un suero de vida inyectado lentamente por una mujer en un dormitorio con vidrios amplios, con una música lejana que viene del subsuelo, ella sin nombre, yo asustado, ella complaciente. ¿Cuánto vale? no tiene precio, no importa. Sí, la verdad es esa, mejor que todo o nada es un rato eterno de amor, con ella una sola vez, una sola vez con todas las demás, así se evita el enamorarse, el estar con la mirada dislocada, el trabajo descuidado, sufre un poco el bolsillo pero el alma queda intacta. La soledad me aulla en el cerebro. Estela María en el hospital, mi vida llena de estúpidas aventuras, llena de nada. El amor no existe en mi corazón, existe en mi pipi. El canario cagándose fuera de la jaula, maldito canario apesta a gallinazo.
- Mi vida...¿quiere más?
- Sí,...quiero más...vida..
-¿En qué piensa corazón?
- En una fiesta que tengo que asistir
- Me llevas, ¿verdad?
- Puta...loca....muéveteeee.....y cállate
La música se filtraba a través de las paredes y reventaba en su cerebro, un cuerpo sobre otro, como un sanduche de carne efervescente, sus pulmones se contrajeron y su garganta se expandió, involuntariamente por supuesto, se oyó un grito desde ese y desde todos los prostíbulos del mundo; es el gallo madrugador, pensó, toda la humanidad de aquel desesperado grito de placer.