- EL PASEO PROCECIONAL

Sentado en el mismo sitio de siempre. Con el mismo pesar...la vida y esta obsesión asnal de mirar la gente pasar. Un día pasaré yo, seguramente habré muerto de vuelta al sufrimiento. Mientras tanto el ver pasar tanta asimetría sobrehumana, me anestesia el pensar, me arrastra al vacío absoluto de lo irracional, al origen de la demencia...del hombre mismo.
Aquí estoy otro día más usando mis ojos como jueces, severos, ágiles, inquisidores, mudos, se mueven como aprendices de torero, involuntariamente, ligeramente, cobardemente; parpadean uno a su vez con aire aristocrático, como guiño de paralítico.
Monstruosas máquinas , vienen en diferentes colores y modelos, guían los pasos de los hombres irresponsablemente: se aturden en la oscuridad, se ciegan con la claridad, imponen su percepción, nos engañan.
Por aquí pasa medio mundo, la otra mitad se sienta siniestramente a ver pasar. Una vez al año pasa Don Raúl con su paseo chacarero, son cien caballos y noventa y nueve chagras. Hola viejito, ¿Cómo te va?...¿regresó la guambra?...¿qué es del Carlos? Las mismísimas palabras de todos los años, espolea a la bestia y se aleja. Yo le grito para que me oiga, y respondo: Bien..¡No!..¡no se!...Don Raúl.
¡Acaban de pasar tres longos en su moto! ¡que ruido! ¿Por qué será que éstos andan de tres en tres?
Mi guambra, como le dice Don Raúl, se me fue hace cuatro años cuando cumplió diecisiete, me dolió mucho, con persistencia. Su carta decía: volveré cuando deje de ser pobre. Don Raúl me dijo: Viejito no sufras, tu guambra volverá cuando se quede preñada o le dé SIDA. Yo creo que volverá corriendo a mis brazos, en busca de amor, escoltándole sus negras trenzas como ángeles de la guardia. Todavía no se si se fue por esta pobreza arraigada en nuestros órganos, o porque se le despertó la animalidad. Cuando se fue la vieja de la mama, hace ya diez años, no dejó ni cartas ni huellas, cruzó la calle gritando que le gustan los hombres, se fue. Otra moto y tres longos más.
El camión se paró, bruscamente, frente a mi puesto de sentada. Esperé ver en el cajón un animal muerto o la basura de toda la cochina ciudad, esas son las funciones de este camión. Pero ahí había luz, ¡sí!, el cajón estaba lleno de luz; se regaba como líquido. Parecía que habían destripado un millón de luciérnagas. Flotaban las ideas como hojas de agua. Con timidez pregunté al chofer si tanta luminosidad era para mí. Me miró con cara de tonto. Sus ojos me lastimaron como filo de cuchillo. Respondió risueñamente. Esto, viejito...es...tu querida...guambrita. Mi mente se negó a entender, eché otro vistazo y la luminosidad me cegó, miré otra vez y descubrí el cuerpo sin vida, frío, morado...apestaba...era mi guambrita. Le habían abandonado sus ángeles de la guarda. ¡Don Raúl!...mi guambrita. ¿y los otros dos?, ¿y la moto? pregunté. Son tres mil sucres, respondió el chofer.
Me levanté de mi puesto, fue une sensación muy dolorosa, de tanto estar sentado mis músculos se habían atrofiado. Corrí a la casa de Don Raúl y entré como viento: despacio al principio fuerte al final. Hola viejito...¿cómo te va? ...¿la guambrita?...¿y el Carlos?. Ni siquiera se dio cuenta de que no estaba sentado. Por primera vez en cuatro años tenía algo diferente que responder, me sentí asimétrico, sobrehumano, se me hinchó el pecho, miré a un punto que no existe y respondí: ¡Mal!..Don Raúl. ¡Moltissimo Piu Avanti Ancora! ¡M-U-E-R-T-A!! ¡Vera violenta! Como bombillo roto...se le regó la luz. Me miró y ahora no recuerdo si suspiró, sonrió, o lloró. Sacó a los noventa y nueve chagras con sus cien caballos y con él a la cabeza desfiló el paseo chacarero. Enterramos los malos olores, ahuyentamos la luz; quedó un leve color amarillento. Es la esperanza, dijo Don Raúl, es mi guambrita pensé yo. Tres longos en moto...¡qué ruido!. Fue un tiro seco al cerebro, uno sólo. Le volaron las trenzas. Me sentí enfermo.
De vuelta a la sentada descubrí que las longas de este pueblo tienen las piernas paspozas y el rostro reluciente, son como bombillos de navidad. Así era mi guambrita. Todas estudian para ejecutivas, todas quieren irse para la montonera de cemento, al manicomio grande. Quieren dejar de ser chiquitas regordetas y achinadas, les tienta la satanicidad de la aglomeración, el olor dulzón de la corrupción. Los longos de a tres en tres y en moto, con las piernas arqueadas y las caras verdosas (uno que otro tiene los ojos azules como los de Carlos) no les ofrecen nada. El miedo a la vida les aturde y no piensan, se dejan guiar por sus pequeñas achinadas máquinas. Tienen un fuerte golpe de ala al que defienden, a toda costa.
Formaron un sindicato para contarse uno a otro sus tragedias y defender su nauseabunda miseria. No tienen futuro ni pasado, no les dejaran irse con justicia, ni a ellos, ni a ellas.
De pronto me vi pasar frente a mis ojos...¡Muerto!. Me botaron en el cajón del camión junto a los excrementos; me enterraron en mi molde; lo que estorba tiene que ser removido, enviado a Malebolge. Hace sólo cinco minutos que morí y he contado mi vida consecutivamente una y otra vez...no sé por cuántos largos años. Me venció la pena, la pegajosa soledad. ¡Don Raúl!, en este aniversario, no saque a los noventa y nueve varoniles chagras y a sus cien musculosos caballos. Que desfilen los noventa y nueve longos en sus treinta y tres motos. ¡C-a-r-a-j-ooo!!!..me jodí.