- LA AGONIA

14:54 horas. El hueco en el que vivo se está achicando en estos últimos diez, cien, cuatrocientos, quinientos años. Me aprisiona cada día más, y está tan profundo que ya no se ve la luz. Húmedo y apestoso, apesta tanto que no me cabe duda que estos indios, que la gentuza infeliz de este moribundo pueblo gris, se ha olvidado que yo vivo aquí y lo ha convertido en pozo séptico. Estoy confundido. Tal vez engordaron mis carnes; o se achicó mi cerebro; o en verdad este hueco miserable no soporta más mi humanidad y me quiere hacer reventar. Pero yo no he hecho nada; no pedí nacer cholo y lampiño, blanco por fuera, indio por dentro, con marca mongólica y paladar negro. En verdad soy único y estoy solo. Tengo que calmarme, no sea que estos malditos nervios me engorden tanto que no pueda ni rascarme y no podría vivir sin rascarme, ese es el último placer que me queda. Las pulgas son la extensión de mi cuerpo, yo cuido de ellas y ellas cuidan de mí; la amistad que me dan es desinteresada, después de todo, un poco de sangre orchatada a cambio no es nada. Me chupan la sangre...y no me importa.
La última vez que estuve en la plaza, no le di importancia a la pestilencia que se impregnaba en el ambiente cada vez que el Teniente Político abría la boca. Tiene cuatro piezas dentales contando sus dos únicos colmillos; todos ellos amarillos y negros que hacen juego con sus ojos rojos y su pelo encrespado. No estoy seguro, pero creo que el colmillo derecho es tan grande como su brazo y no es de hueso ni marfil, es de palo apolillado y tiene vida propia, sí, es como rabo de perro sarnoso. La cosa es que el nauseabundo olor del Teniente Político se ha impregnado en mis entrañas, y no puedo abrir la boca sin recordar la ley, las reglas, los discursos, los consejos para recién nacidos, casaderos, viudas, moribundos, que el teniente vitalicio de este pueblo suele mencionar después de misa de once, todos los domingos, todos los años. Sí, lo mismo por más de cuatrocientos años. En cada una de mis cuarenta vidas le he escuchado decir siempre lo mismo. Los olores que ya son tantos y tienen formas, expresan alegrías, tristezas, se han vuelto saltarines, vibrantes. Son para mí lo que los colores...para los videntes. Tengo gripe.
Me demoré un segundo, un siglo, en salir de este hueco. Ahora ya no puedo, he quedado aprisionado para siempre, para toda la eternidad; hasta que la tierra se abra, se una con el cielo y me devuelva la libertad. Cuando niño fui a la escuela de los hermanos cristianos, iba a misa todos los domingos y fiestas de guardar, jugaba a la pelota, dormía con mi madre y odiaba a mi padre. No tenía padre. En mi juventud trabajaba de sol a sol en la hacienda del blanco, dormía ocho horas,; comía tostado con agua, sopa de agua con cebolla y agua con máchica, siempre tomaba un vaso de agua para calmar la sed, y me masturbaba todos los días antes de dormir. Los años de mi niñez y juventud pasaron como pasa la corriente del río. Ahora dicen que ya soy un cadáver.
Pero si yo no soy indio, mi padre tuvo que ser el dueño de la hacienda, claro, el blanco de mi padre.
Están rellanando mi hueco, me están enterrando en vida, mi madre está con ellos, el cura, mi Juana. Sí, reconozco sus piernas, la misma enagua de hace veinte años. Juana te amo.
14:55 horas. Los toros de pueblo cada año, cada agosto, todas las tardes, con sol con lluvia, con las mismas caras, con los mismos toros. Les ponen colchas de terciopelo de colores, con adornos dorados además del año 600, 780, 1878, 2003 y un billete de cien. Sacarse la colcha es como sacarle la enagua a Juana. Estar en la plaza es como jugar la lotería, ganarse el de cien, darle otro chance a la vida, morirse desangrado y borracho, con público y vivas, ser un héroe o un cobarde, inteligente o tonto. Los del palco principal, de un metro cuadrado, el más adornado y alto; son los intelectuales ricos y vivos. El último agosto vino gente de la capital, como unos mil, a todos les pusieron en el palco, tomaron whisky y bailaron sin moverse, todos usaban terno y a las mujeres embutidas en pantalones blue-jeans se les veía las nalgas que se movían para arriba y para abajo. Me saqué el de cien, quedé de héroe. Y las nalgas se movían.
Al atardecer, después de la procesión que precedía el cura, desfilaban los indios: con sus perros flacos y llenos de parásitos, con sus mujeres, sus hijos y sus amigos. Se santiguaban al pasar frente al cura, se arrodillaban ante el palco principal, y caminaban silenciosos hasta la parte norte de la plaza; donde se emborrachaban y peleaban. Mamá entre ellos, Juana y yo entre sus amigos. Pasaban los días y las lluvias, se terminaban las fiestas, se morían unos cuantos. Los perros flacos se comían a los toros y los indios a los perros. Mi pueblo infeliz se quedaba sin toros, sin perros, sin intelectuales; lleno de náuseas; con unas cuantas indias preñadas y unos cuantos satisfechos. El 10 de agosto se daba una misa para pedir clemencia por los desmanes de la fiesta, luego, el Teniente Político daba un discurso sobre un grito y una luz y ni se qué germen de la independencia. El 11 de agosto todos dormíamos: el cura con su sobrina, el escribano sobre sus libros, el Teniente en su chanchera, los indios entre indios, Juana con su marido, y yo en mi hueco. Despertábamos listos para la fiesta de toros del próximo año, del próximo agosto, del día siguiente.
14:56 horas. Los barbudos llegaron la tarde de un domingo, de un lunes, vienen todos los días, no paran de llegar. Eran cuatro, mil no sé cuántos. Comen metal y plástico, se adueñan de las tierras, se comen a los indios, nacen de un huevo y duermen boca arriba, todos son machos, no hay una sola hembra, se bañan todos los días domingos y cantan en latín. Edificaron una iglesia, pintaron todas las casas de azul, abrieron una barbería, una escuela y una fosa común.
No sé por qué razón los entiendo un poco, y a veces hasta me dan ganas de bañarme los domingos. Pensaba que eran malos pero en realidad no lo son, son como...yo, tienen brazos, piernas, cerebro; deben ser buenos. Inclusive pienso que deben tener alma. No sé que me pasa, debe ser este maldito hueco que me aprisiona cada vez más. Al pasar los años los indios se han vuelto barbones, y los barbones indios. Me he quedado solo. Juana no me abandones, me voy a dejar crecer la barba.
14:57 horas. El loco apareció un 12 de agosto cargado de maletas, un gallo de pelea y un retrato de dos metros de largo por tres metros de ancho que decía era el de su tía. Los muchachos le seguían como cola de mono, las muchachas solteras se reían entre las manos, los indios corrían sujetándose el bocio. Se instaló con su carpa junto a mi hueco, amarró a su gallo, le rezó a su tía. Pasaron los días y llovía.
Un día abrió sus maletas y repartió sus pertenencias a los del pueblo, como vecino suyo me regaló su mejor prenda, una túnica sin costura. Le torció la cabeza a su gallo y distribuyó las presas entre los niños, y el caldo grasoso entre los más viejos. Hizo fuego con el retrato de su tía y dio abrigo: a mi hueco, a la iglesia, a las casas azules, a la barbería, a la escuela, al pueblo. Sembró en la plaza claveles, rosas, esperanzas, margaritas y azucenas. Barrió las cuatro calles, limpió a los santos del altar. Al día siguiente, el 9, el 11 de agosto, no había espacio para la fiesta de toros, para la procesión, para el desfile de indios. No habría comida para los perros y tampoco se comerían a los perros. La desgracia, la maldición había llegado al pueblo.
El teniente vitalicio reunió al pueblo en la iglesia, no había lugar en la plaza, y dio un discurso: sobre la tradición, el respeto a los mayores, la importancia de la distracción sana y creativa, y sobre la sangre taurina de los indios, mestizos y blancos del pueblo. No se podía permitir que un fuereño, loco, acabe con la fiesta taurina más grande, tradicional e importante de la provincia, del país, de América....del mundo!!!
OOOOOOLEEEEEEEE!!!!!
Esa misma tarde murió loco. Murió de nostalgia por su gallo de pelea, por el retrato de su tía, por sus prendas. Murió de un tiro, arrastrado, quemado, de un machetazo, bajo un armario, de viejo. Murió crucificado.
14:58 horas. La borrachera duró hasta el otro día, dos años seguidos, mil no sé cuántos. La fiesta sigue y esta tarde es 9 de agosto. Miré el billete de cien, lo sentí entre mis dedos, sí, hasta ahora lo tengo, pero ya no veo las nalgas que se mueven para arriba y para abajo, ni el desfile de indios, ni al cura, ni al Teniente. Claro, estoy en mi hueco, solo y siento frío. Son las piernas de Juana y su enagua. Están rezando, no puede ser...(he muerto)
Ayayay mi barriguita.!!!!
14:59 horas
-Ha muerto el indio!
-Ha muerto el cholo!
-Ha muerto el loco!
-Ha muerto el Barbón!
3:00 horas
-Ha muerto el teniente político!
-¿?...